En una habitación oscura dejaba pasar las horas. Su silueta quedaba dibujada con la luz de una vela. El incienso impregnaba cada rincón. Ella permanecía inmóvil. En su cabeza un resumen del día. Poco a poco iba haciendo un balance y una vez más éste era negativo. Un movimiento hacia el frente; deja caer su cabeza sobre la mesa, a solas es el único momento en que se permite mostrar que está rendida. Alza el brazo derecho y un enorme golpe contra el escritorio rompe el silencio. Una lágrima descontrolada recorre su mejilla hasta caer al suelo y quedar desconsolada como su alma.
No desea ver a nadie, tan solo quiere descansar y recuperarse para poder afrontar el mañana, pero sabe que eso no va a ser posible. Sus ojos van más allá de su ventana, con la mirada perdida, la luna se interpone en su camino y le sonríe. Ella aparta la mirada, se levanta cabizbaja y baja la persiana no creyéndose merecedora de este último detalle. El incienso se consume igual que lo hacen sus ganas de luchar, pero la luz de la vela sigue iluminando con firmeza indicándole que aún debe existir algún camino por recorrer.